Estados Unidos
Entendiendo el affair Trump-Putin: ¿Cuáles son los nexos entre el magnate y el ruso?
Cómo se explica el extraño coqueteo Trump-Putin, sus nexos y el presunto hackeo ruso al Partido Demócrata.

Es difícil explicar el coqueteo que alguien como Donald J. Trump, quien se supone está representando al lado conservador y 100% vaquero de los votantes estadounidense, ha tenido desde hace meses con Rusia y en particular su líder, el cuasi dictador Vladimir Putin.

El romance entró al ojo público cuando en diciembre pasado Putin declaró que Trump le parecía un personaje “colorido y talentoso”; oportunidad que el magnate aprovechó ­–como suele­­– para echarse flores y repetir el cumplido frente a los medios, y diciendo que se sentía honrado con el comentario. Cuando algún tiempo después le preguntaron si planeaba denunciar las acciones colonialistas de Putin, Trump respondió: “¿El tipo me llama un genio y voy a denunciarlo? No voy a denunciarlo”.

Desde 2008 se sabe que las empresas de Trump cuentan con fuerte financiamiento de oligarcas rusos cercanos a Putin. El interés del millonario por Rusia se remonta a los ochenta cuando intentó construir un hotel en Moscú.

En enero pasado Politico publicó una encuesta con la que concluían que el principal rasgo que compartían los votantes de Trump era un gusto por el autoritarismo. Es decir, se trata de ciudadanos que gustan de tener un líder fuerte (como un dictador, por ejemplo) que mantenga el orden mediante un Estado central fuerte (irónicamente es una idea muy antirrepublicana, que busca un Estado central reducido y mayor independencia para las entidades y gobiernos locales). Suelen ser anti inmigración y anti todo lo que sea diferente a ellos, ya sea en términos de raza, religión, o cultura. Los mismos rasgos que podrían verse en figuras como la de Putin, Berlusconi, o hasta Hitler o Pinochet. Es el tipo de gente que aún hoy recuerda con nostalgia los años de la dictadura argentina, o la chilena, o la era de la Unión Sovietica, porque “había menos crimen”, más orden y –especialmente importante para ellos– los valores tradicionales eran respetados. 

El fin de semana antes de que iniciara la Convención Nacional Demócrata, fueron filtrados vía Wikileaks 20 mil correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata, que revelaron una vergonzosa trama para destruir desde el interior del partido la candidatura del rebelde Bernie Sanders. Hillary Clinton salió a denunciar que se había tratado de una operación orquestada desde Rusia para debilitar su candidatura. El Kremlin negó estar involucrado, diciendo que su interés era la normalización de las relaciones con Estados Unidos lo antes posible.

Donal Trump en la Convención Nacional Republicana.

Cuando fue cuestionado abiertamente sobre su relación con Vladimir Putin durante una entrevista con George Stephanopoulos, Trump dijo que Putin había dicho “cosas muy amables sobre mí, pero no tengo una relación con él. Nunca lo he conocido”.

"Pero durante tres años dijiste, en 2013, 14 y 15, que sí tenías una relación con él", lo presionó el reportero. “No, mira, ¿a qué le llamas una relación? Digo, me trata con mucho respeto. No tengo un relación con Putin. No creo haberlo conocido. Nunca lo he conocido. No creo”, respondió el magnate.

Por otra parte, desde 2008 se sabe que las empresas de Trump cuentan con fuertes inversiones provenientes de oligarcas rusos cercanos a Putin. De hecho, en 2013 Trump llevó su concurso de belleza Miss Universo a Moscú, donde después se reunió con los millonarios locales cercanos al régimen, y en otra ocasión le vendió una casa en Palm Beach por 95 millones de dólares a otro oligarca ruso.

El presidente de la campaña de Trump trabajó como consejero del presidente títere de Putin en Ucrania, cuya salida provocó la intervención militar rusa en Crimea.

Pero el interés de Trump en Rusia se remonta hasta la era soviética. Ya en los ochenta el magnate intentó construir un hotel en colaboración con el gobierno comunista, aunque el proyecto nunca se concretó.

Las conexiones no terminan ahí. El presidente de la campaña de Trump y uno de sus más allegados colaboradores, Paul Manafort, trabajó como consejero del presidente títere de Putin en Ucrania, que en 2014 fue removido provocando la intervención militar rusa en Crimea.

Manafort también manejó un fondo de inversión perteneciente a otro importante oligarca del aluminio, de nuevo, muy cercano a Putin. El magnate ruso acusó a Manafort de haber malversado 19 millones de dólares de su propiedad.

De acuerdo a información publicada por el Washington Post, uno de los posibles candidatos a Vicepresidente de Trump, el Teniente General Michael Flynn, se ha pronunciado a favor de una relación más estrecha con Rusia para combatir a ISIS, postura que Trump ha replicado también. Flynn asistió a un evento de la cadena de noticias controlada por el gobierno ruso, Russia Today, donde, de acuerdo al diario, se le vio muy cerca de Putin.

Entendiendo el affair Trump-Putin: ¿Cuáles son los nexos entre el magnate y el ruso?

Carter Page, uno de los asesores de la campaña Trump en política exterior, sugirió que si Trump llega a presidente, podrían levantarse las sanciones que se le han impuesto a Rusia como penalización por su incursión en Ucrania. Page administró la oficina del banco Merrill Lynch en Moscú, y fue asesor de la paraestatal rusa Gazprom.

El “orderismo” 

El columnista del New York Times Jochen Bittner, quien se especializa en política europea, publicó un texto donde hablaba de lo que el bautizó como “orderismo”. Se trata de una especie de autoritarismo que responde a los temores de una clase que ha sido castigada por los movimientos migratorios masivos y por el desplome de la industria (y de los empleos bien pagados para la clase obrera europea) que han sido impulsados por la globalización de la economía.

Si podemos tener una buena relación con Rusia, y si Rusia puede ayudarnos a deshacernos de ISIS, eso sería algo positivo, no negativo, declaró Trump.

De acuerdo a Bittner, el orderismo “ha empezado a desafiar a la democracia en muchas partes del mundo, como Turquía, Polonia y Filipinas”. Pero sostiene que la Rusia de Putin “cree mantener el copyright de esta formula, y la ve como la punta afilada de la división que quiere crear entre las naciones occidentales”.

“La premisa”, explica el columnista, “es que la democracia liberal y la ley internacional no han cumplido con sus promesas. En lugar de crear estabilidad, han producido inequidad y caos”.

Es la globalización, y en el caso de Europa la europeización de las naciones. Sería el mismo miedo que empujó al electorado británico a votar por el Brexit, en búsqueda de la reconstrucción de una nación que ya no existe.

El ex primer ministro del Reino Unido, David Cameron, que tuvo que renunciar al cargo tras el Brexit.

Los seguidores de Trump, resulta evidente, buscan lo mismo. Están persiguiendo un país que a muchos de ellos ni siquiera les tocó vivir, pero que recuerdan gracias a las historias de sus padres y abuelos, quienes podían comprar un auto nuevo con un mes de sueldo y pagar una casa para cinco personas en un par de años.

Lo que no logran ver es que justamente fue ese modelo –que le dio tanto a los baby boomers en Estados Unidos– y a los beneficios sociales pagados por el Estado, lo que enterró a la economía y dejó a las nuevas generaciones luchando por ganarse la vida dignamente.

Bittner sostiene que los gobiernos democráticos deben defenderse del orderismo como lo hicieron sus antecesores en los cincuenta: contrarrestando las consecuencias de la globalización con medidas desde el gobierno. Igual que Roosevelt cuando aplicó programas sociales que serían tachados de radicalmente socialista en los Estados Unidos de hoy, pero que, como sostiene Bittner, en su momento sirvieron para aliviar las necesidad de la población y restarle atractivo al sistema comunista totalitario que la Unión Soviética promovía.

“Si podemos tener una buena relación con Rusia, y si Rusia puede ayudarnos a deshacernos de ISIS, eso sería algo positivo, no negativo”, declaró Trump.

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