Hacer una lista de las metidas de pata de Donald J. Trump es una tarea enciclopédica, y eso sólo considerando las de su campaña presidencial, porque reunir las que ha cometido a lo largo de su vida pública sería imposible. Sin embargo, el último mes ha sido particularmente rocoso, incluso para los estándares del magnate que construyó su campaña presidencial a punta de insultos y naves quemadas.
El problema no es sólo la cantidad de barbaridades que ha escupido, sino que por primera vez desde que lanzó su guerra contra la cordura y la razón sus números se están desplomando. Parece que a partir de la clausura de la Convención Nacional Republicana el mes pasado, el candidato perdió su piso. Tal vez su confianza se vio golpeada por el alza en los números de Hillary tras la convención demócrata, quien se vio beneficiada por los discursos de Barack y Michelle Obama, y de su esposo Bill Clinton. Tal vez fue que sus propias encuestas no mostraron un repunte significativo como el que esperaban después de su propia convención, o tal vez la gente se aburrió de su espectáculo. Como haya sido, durante agosto Trump parecía incapaz de no decir barbaridades más de tres días seguidos.
Después de un pleito con la familia de un soldado caído en Irak que le ganó el repudió de prácticamente todo el mundo, decidió romancear con la idea de una alianza entre Estados Unidos y Rusia; luego habló de un supuesto video en que una maleta con 400 millones de dólares del gobierno de Estados Unidos le era entregada al gobierno de Irán, sólo para admitir a los pocos días que lo había imaginado. Después sugirió en un evento que “la gente de la segunda enmienda”, refiriéndose a los que apoyan la portación de armas de fuego, podrían hacer “algo” si Hillary intentaba quitarles sus juguetes. Muchos tomaron la declaración como una invitación a atentar contra la vida de la candidata demócrata, entre ellos el Servicio Secreto.
Pero la regada más escandalosa fue cuando acusó a Barack Obama de –literalmente– ser el fundador de ISIS. Incluso cuando un el locutor de radio de ultra derecha Hugh Hewit le ofreció una salida, Trump se negó a tomarla. “Sé lo que quisiste decir”, sugirió Hewit. “Te referías a que [Obama] creó el vacío [que permitió la creación de ISIS], él perdió la paz”.
“No”, respondió Trump contundente, “quise decir que él es el fundador de ISIS”. Por supuesto, siguiendo la tradición trumpiana de relaciones públicas, al poco tiempo lanzó un tweet asegurando que estaba siendo sarcástico (aunque probablemente quiso decir que era una hipérbole) e insultando a los que no entendieron.
Tras los escándalos fue evidente el desplome en las encuestas. El sitio especializado y de mayor prestigio en análisis de encuestas, fivethirtyeight.com, le daba a Trump (por primera vez en toda la carrera) el 51% de probabilidad de ganar la presidencia; y a Hillary –como puede deducirse– el 49. Hoy, unas semanas después, Hillary tiene el 85.7 y Trump apenas el 14.2%. Esto no significa que la carrera haya terminado. Trump aún cuenta con algo así como el 40% de las preferencias, y no es impensable que pueda lograr un giro radical en los próximos meses, aunque cada día parece menos probable.
Terapia de shock
En un esfuerzo por revitalizar su campaña (por tercera ocasión), Trump metió dos nuevas figuras en los puestos estratégicos de su equipo. Stephen K. Bannon, el presidente del portal Breitbart News, entra como chief executive de la campaña, mientras que la especialista en encuestas y estrategia política Kellyanne Conway fue ascendida a campaign manager, puesto que permanecía desocupado desde la salida de Corey Lewandowski en junio. Originalmente se anunció que Paul Manafort permanecería en su posición original de campaign chairman, pero el viernes se anunció su salida.
La salida de Manafort, quien fue el arquitecto de la caótica convención republicana, fue similar a la de Lewandowski unos meses atrás. Ambos partieron tras la llegada de nuevos jugadores. Sin embargo, parece que fue el propio Manafort quien sugirió la entrada del nuevo liderazgo a la campaña. Desde tiempo atrás Manafort estaba siendo atacado en los medios por sus nexos con personajes afines a Rusia en Ucrania y por haber recibido dinero de cabilderos cercanos a Putin.
Los nexos fueron utilizados para atacar a Trump. De acuerdo a filtraciones, Manafort planeaba mantener un perfil más bajo y rescatar la campaña con Bannon, pero permanecer en su rol de chairman. Fue imposible. Finalmente Trump anunció la renuncia del operador, declarando que estaba “muy agradecido por el rol que tuvo en traernos hasta acá”.
Bannon no es un desconocido en el terreno político. El portal que dirige es famoso por sus posturas radicalmente conservadoras, y ya desde antes de unirse de manera oficial a la campaña, asesoró a Trump a lo largo de los últimos meses.
No fue la única figura mediática presente en el oído del candidato. Roger Ailes, ex director de Fox News, y figura clave del neoconservadurismo, también ha asesorado a la campaña. Ailes tuvo que renunciar a Fox el mes pasado a raíz de una denuncia de acoso sexual por parte de una de las estrellas del canal.
Pero el cambio
más radical en la campaña se dio el jueves pasado, cuando Trump dio un giro
discursivo de 180 grados e hizo algo que parece estar en contra de sus
instintos y estrategia (o falta de): pidió una disculpa. Resulta irónico que finalmente haya accedido a medirse y presentar un discurso más reservado justo
en el momento en que corrió a Manafort, considerando que fue él quien intentó
convencerlo –sin éxito– de volverse más mesurado en sus declaraciones.
“A veces en el calor del debate y hablando de una multitud de temas uno no escoge las palabras correctas o dice las cosas equivocadas”, declaró el candidato a una multiud de sus adoradores”. “Yo he hecho eso”, dijo con un gesto digno de Daniel el Travieso, provocando risas entre el público, “y aunque no lo crean me arrepiento”.
La mejor parte del discurso llegó cuando Trump declaró que “hay mucho en juego para que nos consumamos en estos temas”, refiriéndose a las controversias, “pero les prometo esto: siempre les diré la verdad”. Es de sorprender que el candidato haya podido mantener la seriedad después de esa declaración, considerando que es un mitómano legendario. De hecho tiene el dudoso honor de ser el peor calificado por Politifact, portal web que revisa la veracidad de los discursos y declaraciones de los políticos.
De todas las cosas que Trump ha dicho en el último año, de acuerdo al portal ganador del Pulitzer, sólo el 15% fueron ciertas. El resto (¡85%!) fueron mentiras. Sus fieles seguidores lo ovacionaron.
No es la primera vez que Trump saca su rostro cuerdo. Poco antes de la convención republicana también dio un discurso que brilló por su falta de locura. El gusto duró poco. El candidato se parece cada vez más a un adicto que sigue recayendo y sigue entrando a rehabilitación, cada nuevo asesor, director de campaña o presidente de campaña llega con la promesa de mantener al candidato alineado. Todos han fracasado. Al final del día Trump vuelve al viejo vicio de iniciar incendios.
Hoy parece imposible que Trump pueda darle la vuelta a la carrera, pero de imposibles se ha construido esta campaña. El mes pasado logró recaudar más de 80 millones de dólares, y aunque apenas ha lanzado un spot televisivo (centrado en la inmigración ilegal), es seguro que vendrán nuevos ataques a Clinton en televisión, quien ha sido implacable con spots que usan las propias palabras de Trump para atacarlo. Además, aún faltan los debates, eventos donde el candidato brilló durante las primarias y que le ayudaron a conquistar la candidatura republicana.
A 80 días de la elección, con todo y sus cambios de dirección y de tono, muchos apuestan a que estamos a punto de presenciar el triunfo electoral más aplastante en décadas.
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